domingo, 26 de junio de 2011

#4


Ese día, Hibari Kyôya estaba a punto de entrar por la puerta de la mansión Cavallone tras casi un mes fuera de Italia. Esta vez era él quien visitaba, pues le pillaba casi de paso. Aunque no lo exteriorizara, estaba ansioso por volver a ver a Dino. Estaba acostumbrado a pasar mucho tiempo lejos de él, pero a veces se hacía insufrible tener que esperar tanto tiempo para finalmente poder acariciarle, besarle, tocarle.

Pero apenas tuvo tiempo de llamar a la puerta principal cuando una gran nube de humo rosado le envolvió por completo, e inmediatamente gruñó porque sabía perfectamente lo que era.
El maldito bazooka de los diez años.

Así que el Hibari Kyôya de ahora veintiséis años, fue reemplazado por su yo de dieciséis en pocos segundos.
Este último no tenía ni idea de dónde estaba. No sabía nada del bazooka, nunca quería ser involucrado en asuntos de Vongola o de la mafia en general, estaba satisfecho con poder morder hasta la muerte a quienes considerase dignos de ser su oponente.

Por eso, el pequeño Hibari se levantó del suelo confuso, mientras la nube de humo iba desapareciendo. Miró a su alrededor, ese escenario le resultaba desconocido, pero dada la decoración extraña del edificio, supuso que ya no estaba en Japón.
Al no saber dónde estaba, decidió mantener la guardia y ser cauteloso. No soltó sus tonfas en ningún momento y decidió inspeccionar la casa lo más silenciosamente posible. No entró por la puerta principal, sino que trepó hasta una rama de un árbol cercano a una de las ventanas del segundo piso para ver si por esa ventana podía entrar.
Pero al llegar a la rama y mirar por la ventana, tuvo que agarrarse bien para no caer del sobresalto.

Dino estaba ahí, en esa misma habitación. Pero no se había percatado de la presencia del japonés hasta que éste hizo que las ramas del árbol se moviesen y que los pájaros allí posados armaran jaleo. Dino se acercó rápidamente a la ventana, alarmado. Estaba igual de asombrado al verle.
-¡K-kyôya! ¿E-eres tú? -preguntó el rubio, parpadeando un par de veces para asegurarse de que sus ojos no le engañaban.
-¿Cavallone? ¿Qué es ese peinado? ¿Por qué pareces más...viejo? -dijo procesando lo que veían sus ojos lentamente, la situación en sí era surrealista.

Tras comprobar que el pequeño Hibari era real, Dino se dio cuenta de lo que había ocurrido. Ese dichoso bazooka...
-Sí, Kyôya, soy yo...ven aquí, te explicaré todo. -le tendió una mano para ayudarle a entrar por la ventana.- La próxima vez no subas por la ventana, podrías hacerte daño.
-Estúpido, no me toques. -dijo el más joven, apartándole la mano de un golpe, desconfiado.-
-Kyôya...por favor, soy yo, soy Dino. Sé que todo es muy extraño para ti, pero si vienes y me escuchas, lo entenderás todo. -dijo volviendo a tenderle la mano.

Hibari accedió a entrar, pero rechazó su mano, demostrando que podía hacerlo por su cuenta. Dino sonrió ante su infantil cabezonería, pero no hizo ningún comentario.
-¿Qué demonios es todo esto, Cavallone? -miró a su alrededor, y luego fijó la mirada en el mayor.
-Aaah...parece que te dispararon con el bazooka de los diez años. Pero yo juraría que han pasado ya cinco minutos desde que has llegado, ¿no? En teoría el efecto debería desaparecer en cinco minutos.
-Osea...¿Que estoy atrapado en el futuro con un maldito viejo inútil? -dijo chasqueando la lengua.
-¡O-oye! ¿Qué es eso de "maldito viejo inútil", enano? -frunció un poco el ceño, acercándose a él. Luego sonrió al ver lo pequeño que era.

Hibari mantenía las distancias con él, se encontraba...no incómodo, pero cortado delante de él. Era algo más alto y definitivamente más atractivo y maduro que el Dino de su época. Pero no podía evitar sentirse nervioso a su lado.
-Hey...pequeño. No estés así, pronto volverás a tu época. Yo también echo de menos al Kyôya de mi época ¿sabes?
-No te creo. Es imposible que...tú y yo sigamos juntos diez años después. No puedo haberte soportado durante diez años, es imposible.
-¡Qué cruel, Kyôya! ¿Y por qué dices eso? -se acercó un poco más y le rodeó con los brazos con suavidad, para no incomodarle-
-Que no me toques. -gruñó el japonés, golpeándole con las tonfas en el estómago, más nervioso de lo que desearía. No podía entenderlo, estaba demasiado nervioso. Podía sentir sus mejillas arder, y su corazón latir. En parte todas esas reacciones naturales se debían a un detalle que no pudo evitar pasar por alto.
-¿E-eh? Kyôya, no te pongas así...solo porque sea mayor no significa que no sea el Dino de siempre, no significa que no te quiera igual que el primer día.

Después de eso no podía evitar ponerse más nervioso y furioso. Cuánta hipocresía, para él era demasiado.
-¿Que me quieres? Siempre he pensado que eras un maldito...idiota. Ahora has confirmado mis sospechas. Tú no sigues conmigo, te crees que por que sea más joven soy estúpido. Seguro que tienes una esposa y con lo viejo que eres, algún hijo.
-¿Pero qué...? ¡Estás completamente equivocado, Kyôya! Yo nunca, nunca te dejaría por nada, por nadie. ¡Sabes que digo la verdad, no quieres verlo!
-¿Me explicas entonces...? ¿Me explicas entonces qué es ese anillo que llevas?

"Así que era eso..." pensó Dino.
Inmediatamente soltó una gran carcajada, mirando al pequeño, el cual devolvía una mirada confusa.
-Esto no es un anillo de compromiso ni nada parecido, Kyôya. Es un lazo, un lazo que me une a ti para siempre. -rió el capo atreviéndose a acariciar la cabeza de su ex-alumno.- Tu yo del futuro tiene uno igual, y siempre lo lleva puesto.

Hibari le miró sin dar crédito. Lo cierto es que se sentía estúpido por haber actuado de esa manera tan impulsiva, pero decidió no decir nada.
-Entonces...es cierto que seguimos juntos, qué sorpresa. -carraspeó un poco, en el fondo se sentía aliviado.
-¡Exacto! ¿Ves como no te estaba mintiendo? Claro que seguimos juntos, te amo, Kyôya.
-Deja de decir esas cosas...hmph.
-¡Pero si es la verdad! En el futuro eres más cariñoso, Kyôya. -refunfuñó Dino con un tono algo infantil.

El japonés estaba bastante sorprendido. Dino había cambiado bastante, pero conservaba aun esas pequeñas cosas que le hacían ser tan atrayente.
Sus cálidos ojos, el brillo de su pelo, su sonrisa.
Esa maldita sonrisa que le volvía loco.
-Di...¿en el futuro te veré más a menudo?-preguntó el moreno, observando aun el anillo.
-Bueno...ahora estamos en una época bastante mala, hay muchos conflictos entre familias...Así que nos es algo difícil vernos muy a menudo. Justo hoy te estaba esperando porque pasabas por Italia después de un trabajo cerca de aquí.

El menor asintió lentamente, dándole a entender que lo había comprendido. Si ya pasaban poco tiempo juntos normalmente, en el futuro sería peor aun.
-Por cierto, Kyôya...dile a mi yo de hace diez años que se esfuerce mucho queriéndote ¿hm? -sonrió tomándole del mentón y acercándole para rozar sus labios con los ajenos, besándolos suavemente.
Hibari se apartó, pero valió totalmente la pena, pues el capo pudo ver un adorable rubor tintando sus mejillas, acompañado por un ceño fruncido y un buen golpe en el estómago por parte de Hibari.

-Eso será si no le muerdo hasta la muerte antes, Cavallone. Me hubiera gustado pelear contigo para ver si has mejorado algo, pero...-dijo antes de que esa nube de humo rosa volviera a envolverle, trayendo de vuelta al Hibari de esa época.

Dino esperó con impaciencia a que el humo desapareciera, y tan pronto como vio la silueta de su pareja, le rodeó con sus brazos en un desesperado abrazo.
-Por fin...Kyôya, te eché de menos...-suspiró el capo, acariciando los cabellos azabache del menor.
-¿Mi yo de hace diez años no fue suficiente? -bromeó sonriendo de lado y cerrando los ojos, queriendo disfrutar al máximo de esas esperadas caricias-
-No es lo mismo... Él apenas dejaba que le tocara, me ha golpeado cuando le he dado un beso. -respondió el capo, frustrado, a lo que el japonés respondió juntando los labios de ambos en un beso, ese beso tan anhelado.

Las palabras no fueron necesarias, pues segundos después las prendas de ropa empezaban a aterrizar sobre el suelo de la habitación.

Mientras tanto, el Hibari de diez años atrás volvió a su época. Dino le esperaba impaciente, incluso preocupado.
-¡K-kyôya! ¡Kyôya, has vuelto! -dijo felizmente, suspirando aliviado al ver a su pequeño pupilo de nuevo, y no a su versión de veintiséis años.
-Hmph...en el futuro apenas has cambiado, sigues igual de estúpido.
-¡O-oye, no digas eso! Seguro que soy más alto y guapo, y menos torpe, espero...-rió nerviosamente, rascándose la nuca.
-Hmph, lo que sea...¿Qué te ha dicho mi...yo del futuro?
-Pues...más bien qué no me ha dicho. ¡No ha querido contarme si seguías conmigo en el futuro!
-Ya entiendo...-sonrió de lado Hibari, con una idea en mente- Pues yo tampoco te lo contaré, esfuérzate para sacar nuestra relación adelante, y cuando creas que nuestros sentimientos son los mismos, comprarás dos anillos.
-¿¡Q-quieres que nos casemos!?
-No de compromiso, estúpido. Dos anillos cuyo significado nos una para siempre. -respondió, omitiendo el hecho de que había sido Dino del futuro quien le había dicho eso.

El capo le miró confuso parpadeando un par de veces, pero asintió decidido.
-Haré lo que dices, Kyôya. No sé qué habrás presenciado allí... pero lo digo ahora y lo diré siempre:
Te amo, Kyôya. -dijo acariciando la mejilla del menor, besando su mejilla y después sus labios.
-Wao...dos besos en un día, estoy de suerte. -esbozó una media sonrisa, algo malévola-
-¿¡D-d-dos!? ¡No me digas que...! ¿Mi yo del futuro te besó? Pero si tiene...¡Treinta y dos años! ¡Será pervertido!
-Oye, eres tú. Lo que significa que tú también lo harías, además...tú tienes veintidós años y yo dieciséis, sigues siendo igual de pervertido.
-¡Pero no es lo mismo! -intentó excusarse.

-Cállate y empieza a trabajar, algún día tendrás que comprar esos anillos, así que gánatelos.







sábado, 11 de junio de 2011

#3


Incluso después de diez años conmigo, crees que puedes ocultarme algo. Estoy seguro de que sabes que por más que actúes, es imposible que no me de cuenta de que algo me ocultas.
Estúpido, sé que su muerte, la muerte de Sawada Tsunayoshi te afectó. Y egoistamente me enfurece que solo pienses en él. Por culpa de ese herbívoro tu sonrisa ha desaparecido, y lo que más me irrita de todo es que cuando crees que tu actuación es lo suficientemente mediocre como para que pueda darme cuenta de lo que sientes, me muestras una estúpida sonrisa, como si todo fuera bien.

No te lo consiento. No consiento que me mientas por las buenas.
Nunca lloré en un funeral. Ni en el de mi madre, ni lloré en el del estúpido Vongola. No me quites las ganas de reservarme esas lágrimas para el tuyo.
Muchas veces haces que te odie, Cavallone. Llego a casa lo suficientemente cansado como para encima tener que encontrarte derramando lágrimas inútiles sentado en el borde de la cama. Eres idiota. Como si fueras un niño pequeño, secas tus lágrimas cuando me oyes entrar, como si así no me fuese a dar cuenta. Idiota, idiota, idiota.

No me hace falta preguntar por qué lloras. Sé bien cuál es la razón, y me molesta. Me enfada hasta el punto de querer golpearte, de que empieces a llorar de dolor en vez de por ese pobre intento de capo Vongola.
Oh, tengo envidia de un maldito herbívoro, qué bajo he caído...
Cuando no soporto más tu irritante mirada de borrego, tus ojos enrojecidos por las lágrimas, y tu dichosa voz temblorosa, es cuando no me queda más remedio que darte una buena bofetada.
Y qué bien sienta.

-Kyôya...-susurras sorprendido. Sí, yo también estoy sorprendido de lo bien que se siente.
-No soporto tu maldita actitud, no sé cuál es tu problema. Eres un idiota, él está muerto, ¿de qué te sirve perder tiempo y hacerme perderlo a mí? -te respondo sin un ápice de sensibilidad. Nunca lo fui, no lo seré en este momento ni mucho menos.

Y te callas como una tumba. ¿Es que quieres otra bofetada?
-Pero Kyôya, sabes que lo estoy pasando---
-No me importa lo más mínimo. -te respondo cortante.- Escucha. Estoy harto de tener que soportar tu actitud depresiva, es como vivir con un maldito viejo. Así que ahora vas a callarte, si no quieres otro golpe, claro, y vas a escucharme. Sawada Tsunayoshi sabía que moriría tarde o temprano, por eso ideó con Irie Shoichi una manera de traer a los Vongola de hace diez años a nuestra época, porque ellos son los únicos que aun tienen los anillos Vongola. Se ve que el muy idiota se dio cuenta de la estupidez que hizo al destruirlos. No muchos lo saben, y sería peligroso si se difundiera, así que si se lo dices a alguien te arrancaré la lengua de un bocado.

Me parece hasta gracioso cómo me miras, algo perturbado por mi última frase.
-Vaya...así que veré al pequeño Kyôya durante un tiempo ¿no? -sonríes. Por fin, maldita sea.
-Oh, ¿así que aun recuerdas nuestra relación? Pensaba que en estos días lo habías olvidado todo, Cavallone.
-¿Estabas celoso? -te ríes, me encanta. Te frotas los ojos y clavas tu mirada en los míos, una de tus miradas enternecidas. Maldito, sabes que esa clase de miradas me hacen débil.
-Claro que no estoy celoso, estúpido. No me prestas atención, es todo.

Y por fin el activo Dino Cavallone que esperaba desde hace semanas aparece. Me tumbas, te pones encima de mí y rozas tus labios con los míos, separándote después apenas unos milímetros. Estás animado, no es difícil de notar, y esa valiosa sonrisa vuelve a dibujarse en tu rostro.
-Perdóname...Aprecio mucho a Tsuna, pero tú eres mi vida...te dejé de lado estos días, soy un idiota. No debería llorar sobre leche derramada.
-Ya, ya sé que eres un idiota. -sonrío de lado, burlón, aliviado en el fondo de que hayas vuelto a lo que solías ser.
-Oye...eso solo puedo decirlo yo, pequeño impertinente. -bromeas llenando de besos mi mandíbula.- ¿Puedo hacer algo para que me perdones?
-Mmm...puede que ingresando algo de dinero en mi cuenta bancaria...-bromeo mientras juego con algunos de tus mechones rubios.
-¡Oye, que me refería a darte mimos! -y refunfuñas, como un niño pequeño.-

Esa noche la pasamos juntos, entre besos, caricias, y esa necesidad de sentir nuestros cuerpos unidos. Esa necesidad cuya ausencia me volvía loco.
Y a la mañana siguiente, antes de que puedas despertarte, salgo de casa con una flor en la mano.
Una única, pero fresca flor, tal y como él era. Porque no nos llegamos a entender muchas veces, pero siempre que no me parecía un herbívoro, sabía ayudar como el que más. Y porque hay que agradecer a quien me dio la oportunidad de conocerte.




Descansa en paz, Sawada Tsunayoshi.
Sé que no es un adiós, volverás tal y como dictaban tus planes.