domingo, 11 de diciembre de 2011

#11. Coffee is a lie [Cap.1- Love is sometimes invisible]

http://www.amor-yaoi.com/fanfic/viewstory.php?sid=72230

(Resumen. Clic en el link para leer el fanfic :3)

Seiji Sakurai es un nuevo editor del departamento de shoujo de Marukawa Shouten. Poco después de su contrato, le es asignado su primer mangaka,Mocca, quien resulta ser alguien bastante extraño.

¿Cómo lidiará Seiji con esta persona para conseguir un bestseller? ¿Qué habrá detrás de las extrencidades de Mocca-sensei?

¿Primer amor?

---

Basado en Sekaiichi Hatsukoi.

sábado, 3 de diciembre de 2011

#10. Checkmate



Toma asiento, la función va a empezar.
Tú harás de público, observarás. Yo pondré las piezas sobre el tablero, será divertido.

Veamos...¿pero qué te voy a contar de esta ciudad que tú no sepas? Tú y yo somos dos personas peligrosas, todos lo saben en la ciudad. Nunca dejaré de hacerte rabiar, solo lo haré cuando mi navaja se hunda entre tus costillas. Si te mueres antes, en fin, será una decepción.

Te voy a desvelar mi plan, quizás consiga sorprenderte con esto.
Yo soy el narrador omnisciente de la ciudad, lo sé todo sobre todos. Todos, todos, todos. Lo sé todo sobre ti, por eso me es tan fácil y tan divertido molestarte. ¿Sorprendido? No, apuesto a que algo así te imaginabas. ¿Que por qué lo hago? Haha...eres gracioso. Es mi hobby, ya te dije una vez -o miles, o millones- que amo a los humanos. Son divertidos, muy, muy divertidos.

Así que me gusta jugar a ser Dios. Vosotros sois mis piezas. Mis alfiles, mis generales de plata y mis piezas negras1.
Vosotros sois los que creáis la situación, yo pongo el conflicto que pone todo patas arriba. Como hormigas abrasadas por el reflejo del sol en una lupa, como carne ensangrentada en una manada de tiburones.
Pero contigo me divierto más que con nadie, porque me odias, te odio y no soy capaz de amarte como al resto de humanos. Por eso pienso que los humanos deberían darme una recompensa.
Pero tranquilo, la obtengo siempre. Porque para mí no hay mayor recompensa que ver vuestras reacciones.

Las tuyas -aunque te odie tanto que me es imposible intentar comprenderte- son las mejores. Porque amo huir de ti, nuestro eterno juego del gato y el ratón. Y me es tan fácil hacer que tu adrenalina florezca, que me persigas enfurecido tirándome cualquier señal de tráfico y demás mobiliario urbano...no te lo imaginas.

Aunque claro está; algún día uno de los dos cederá.
Cuando eso ocurra todas las piezas sobre el tablero estarán muertas, solo quedaremos tú y yo en pie.
Y como en todo juego de ajedrez, nuestro fin será un jaque mate.
-------------------------------------------------------------------------------------------------
1 alfiles, generales de plata y piezas negras: piezas de ajedrez, shogi y damas, respectivamente.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

#9. Stockholm Syndrome




[Shiki x Akira ---> Togainu no Chi]




Síndrome de Estocolmo

m. med. y psicol Sustantivo
reacción psíquica en la cual la víctima de un secuestro, o persona retenida contra su propia voluntad, desarrolla una relación de afecto con quien la ha secuestrado.


Él te lo dijo desde un principio.

"Esa puerta estará siempre abierta, estará en tu mano el querer escapar o no."


Pero lo segundo que dijo lo oirías de su boca una y otra vez hasta la saciedad.

"Pero recuerda que tú eres solo mío, eres de mi propiedad. Nadie más puede tocarte, solo yo. ¿Entiendes?"


Y te pareció lo más extraño y egoísta que habías escuchado en tus veintipocos años de vida.

Ese hombre de ojos carmesí y pelo negro como el cielo de aquella noche -ese que no sabía ni tu nombre ni qué demonios hacías en Igra- dijo esas palabras con total naturalidad. En ese momento estabas atónito, ¿pero qué estaba diciendo ese? ¿Es que se creía el rey de aquel infernal lugar? ¿Y qué derecho tenía a tratarte así?


Luego comprendiste que, efectivamente, él era el rey. Fue después de ese extraño encuentro, justo cuando tenías todas esas placas recogidas, justo cuando Keisuke y tú estabais a un paso de salir de Igra, justo cuando abriste los enormes portones encadenados de aquella enigmática sala de Vischio. Justo cuando le viste allí, con ese semblante orgulloso y calmado que siempre portaba, esa superioridad y autoridad que prácticamente emitía cuando sostenía su poderosa katana.


Aunque claro, hasta ese momento tú no sabías que la clave para tu escapada de Toshima era Shiki. Shiki era Il Re, el rey de Igra. No le fue difícil derrotarte, aunque por alguna razón que en su momento no comprendiste, no te mató. Sin embargo, sí que hirió de gravedad a Rin y ante tu impotencia y debilidad le arrebató la vida de una estocada al que fue siempre tu único y mejor amigo, Keisuke.

Se suponía que ambos saldríais vivos de Igra, juntos volveríais a casa. Keisuke había hecho lo imposible por ti, incluso había consumido la peligrosa droga Line para ser más fuerte. Desde siempre supiste que él sentía algo por ti, pero a los dos os daba miedo que vuestra amistad cambiase. Le ignoraste muchas veces, le trataste mal otras tantas.

Pero eso ya no importa, porque Keisuke está muerto. Por mucho que llores sobre su cadáver, solo verás los ríos de sangre mezclados con la agónica lluvia que lo arrastraba todo, incluidos tus recuerdos y remordimientos, aunque de eso último no te diste cuenta hasta mucho más tarde.


Salir de Igra en ese momento hubiese tenido tanto sentido como el que tuvo entrar; nulo, cero.

Shiki te había quitado lo poco que poseías: la libertad y el cariño de tu compañero. Querías aniquilarle, mutilarle, hacerle agonizar, sufrir, querías incluso atarle y matarle de la forma más lenta y dolorosa posible. Pero todo eso se quedaba allí mismo, en un rincón de tu mente. Porque llámalo estupidez, llámalo pérdida de la poca cordura que te quedaba, pero Shiki despertaba tu interés.


Y tú despertabas el suyo, eso os quedó claro desde un principio.


Era un lazo invisible, bizarro, imposible.

Era un lazo de dos criaturas que han visto la locura con sus propios ojos, dos criaturas que han visto demasiadas cosas horribles, dos criaturas que en las noches -siempre- frías se abrazan con sus cuerpos llenos de cicatrices. Como dos perros apaleados.


Solo tú podías ver compasión en los ojos de Shiki, esos ojos gélidos como témpanos de hielo guardaban millones de cosas que contar, millones de emociones incomprendidas. Tú querías escarbar para ver cómo era Shiki en realidad, pero él no te dejaba. Él solo hacía las cosas más complicadas.

Tú te rehusabas a hacer las cosas a su manera. Era sádico, egoísta, terco, y tú no lo tragabas. Nunca te pidió permiso a la hora del sexo, siempre, siempre tenía que ser cómo y cuándo él quisiese. Y él no tenía cuidado alguno, mordía, rasgaba, arañaba y siempre jugaba con el piercing que un día había decidido perforar en tu ombligo.


Él era tu captor, tú el prisionero absoluto.


Y tan repentinamente como te dejó claro a quién le pertenecías, un día empezó a ser más suave, empezó a tener cuidado y empezó a tratarte como algo más que un simple juguete. No le pusiste pegas. Tampoco es que empezase a tratarte como a un igual, seguía siendo violento y persistente. Pero llegados a ese punto te besaba más a menudo, te trataba las heridas que él mismo te provocaba.


¿Qué sentido tenía todo eso? ¿Qué clase de relación manteníais? Aun tenéis tiempo para averiguar eso.


El síndrome de Estocolmo...


La vuestra es una peculiar historia de un captor secretamente enamorado de su víctima, y de una víctima secretamente enamorada de su captor.



Me ha dado fuerte por esta pareja. ¡Son tan difíciles de escribir! D:

Este oneshot me ha salido malísimo, pero no doy para más ahora mismo. Son casi las dos de la mañana y la garganta me está matando. Debería haberme ido ya a dormir hace una hora, pero tenía que escribir esto. En fin, a ver si otro día me viene la inspiración antes...





sábado, 15 de octubre de 2011

#8. Your words reach me like a ton of cut wires





[Mukuro Rokudo (TYL) x Tsunayoshi Sawada (TYL)-----> Katekyo Hitman Reborn!]


Y ahora no entiendo por qué me miras de esa manera, por qué tus palabras me saben a otra cosa. ¿Qué te ocurre en la mente, qué te hace pensar de manera tan enrevesada? Qué egoísta, por dios. Hablas, hablas, hablas. Vomitas palabras sin pensar apenas. Es rápido, inmediato, lo sueltas. No piensas en lo afiladas que son las letras que forman tus palabras, no te das cuenta de que me clavan puñales. Y me atraviesan el pecho, las manos, la cabeza, recordando nuestros momentos que ahora vuelan como aves libres de su jaula.

¿Adónde va todo eso? ¿Acaso hay algo que recoge tus pedazos? Los pedazos de lo que una vez fuiste son como los pedazos de un jarrón de porcelana que se rompe en mil piezas. Por mucho que las juntes y trabajes en dejarlo perfecto, las grietas siempre van a acabar viéndose. Y me tienes en un dilema, no sé si tirar tu jarrón o guardarlo.

Pero qué gracia. Te crees que después de herirme puedes hablarme como si nada. Como si fuese un muñeco, u otro jarrón de porcelana. Y ríes, ríes, ríes. Tu risa te impide mirar mi cara. Seria, monótona, decepcionada.
Cuando me miras, sé que lo notas. Y crees que es mi problema, tú siempre con tus suposiciones.
Si algún día te pararas a preguntar, otro gallo nos cantaría.

Si me ves reír con otras personas, atacas. ¿Qué es esto? ¿Solo te interesa ser agradable conmigo a ratos? ¿Me enamoré acaso de un ser tan egoísta?

No.

Me enamoré de lo que una vez fuiste. Tus fallos, tu crueldad y tu ego nunca me supusieron un problema, porque sabía ver cómo eras.
Ahora simplemente no lo veo, es como estar ciego cuando estoy a tu lado.

Y ahora mismo, lo que sea de nosotros depende de mi mano. Un día mi mano podría sujetar unas tijeras afiladas -afiladas, afiladas como tus palabras- y podría cortar los cables. Esos cables que nos unen, los que me transmitían tus palabras, tu afecto y tu calor. Pero si los corto, todo se acabará.

Porque...seamos realistas. Tú y yo no volveremos a ser nunca como éramos al principio.
Pero aun puedes dar marcha atrás.

Si tomas mi mano como solías hacer, yo soltaré las tijeras. Los cables seguirán conectándonos, quizás con la misma intensidad que antes.
Pero si te alejas no dudaré ni un segundo en cortar.

Cortaré lo que nos queda.

jueves, 1 de septiembre de 2011

#7. Pride


[Dino Cavallone x Hibari Kyoya --->Katekyo Hitman Reborn]
Tú lo sabes bien, sabes bien por qué te asusta tanto en cierto modo tenerle a tu lado, acariciándote, besándote. Tú, carnívoro, siempre evitando a los humanos, nunca los has entendido. En parte rechazado por el resto, en parte te lo buscabas tú mismo, tú y tu estúpida manía de no intentar comprender.
Y claro, cuando él está frente a ti, no sabes cómo actuar como haces con el resto. Porque él parece saber exactamente qué se cruza por tu mente, sabe cómo domarte y tratar contigo hasta que tú, que siempre te has preocupado por demostrar que eres como una pantera furiosa y hambrienta, quedas reducido al nivel de un pequeño gato doméstico.
Tú, por supuesto, no lo sabes, pero él es capaz de todo eso porque es (quizás) la única persona que se ha preocupado alguna vez por comprender tu complicada y maltratada mente, es la única persona que te quiere. Porque tu madre está muerta y tú padre quién sabe.
Pero él no tarda en aprender qué hacer para que te sientas cómodo e inconscientemente su presencia y en algún momento la cercanía y confianza con la que te trata se convierte en algo normal para ti.
¿Cuándo habéis llegado a donde estáis? ¿A esta dolorosa pero reconfortante relación de enamorados? (Aunque a ti te cueste admitirlo, estás enamorado y él se encarga de recordártelo con sus palabras bonitas.)
Siempre te llamó la atención por ser el único hasta el momento en haberte derrotado, aparte de ese Mukuro. Pero él no cuenta porque la diferencia entre ellos dos es que un día te encargarás de matar a Mukuro con tus propias manos, y a Cavallone solo le derrotarás para demostrar tu fuerza, porque tú no lo sabes, pero quieres que se sienta orgulloso de ti. Tú no entiendes esa guerra de emociones, pero desde que le conociste no ha parado de retumbar en tu interior.
Siempre te has preguntado por qué es lo suficientemente especial como para que despierte tu interés. Porque, Hibari Kyoya, eso es interés por mucho que te niegues a admitirlo. ¿Por qué no lo admites de una vez? ¿Por qué no admites que le necesitas para que te diga un par de palabras que te tranquilicen y que te recuerden que la vida no es tan cruel como la pintas?
Oh cierto, tu orgullo. Ese orgullo que un día te hará perderlo todo.
Pero, ¿quién sabe? Dino Cavallone sabe lidiar con tu orgullo, ¿por qué no le dejas que te ayude? Oh, pues claro. Tú, carnívoro, no necesitas su ayuda. Pero agradeces cada minuto de caricias y besos, y aunque no se lo hagas saber él te ama tanto que sabe cómo descifrar todas y cada una de tus reacciones. A veces piensas en lo fuerte y persistente que es, y lo agradeces en el fondo, muy muy en el fondo.
Palabras bonitas rara vez escaparán de tu boca, pero él no las necesita porque se conforma con poder sentir tu presencia, con poder sentir tu piel fundirse con la suya en esas interminables noches tumbados en la cama, (desnudos, con los dedos entrelazados y esas respiraciones serenas) en las que pasáis horas enteras mirándoos a los ojos. Tú caes siempre primero ante el sueño, es algo inevitable una vez llega el momento en el que alza una mano y te acaricia el cabello, las sienes, la mandíbula y las mejillas. Pero cuando comienza a masajear tu nuca es cuando empiezas a quedarte dormido. En cuanto cierras los ojos usa la mano que acaricia tu nuca para atraerte hacia su pecho con cuidado, y la otra la pasa por tu cintura de manera posesiva.
En esos momentos es cuando piensas que la vida no es tan mala, y que cuando Cavallone esté profundamente dormido a escasos centímetros de ti, quizás te permitirás susurrar alguna palabra bonita, porque quizás él se merece algo más después de tragarse tus insultos, golpes e inevitablemente, tu orgullo.

---------
[Querida inspiración, te agradecería que no vinieses a mí a las 4 de la mañana cuando tengo que madrugar y levantarme dentro de unas pocas horas, gracias.]

martes, 30 de agosto de 2011

Things about hatred and camellias


[Jinguji Ren x Hijirikawa Masato ---> Uta no Prince-sama]


Le odias. Odias su maldita sonrisa, su mirada, su voz, sus ojos. Sus ojos, esos que ven a través de ti con tanta facilidad. Sus manos; tan perfectas. Su pelo; dorado, brillante, impoluto.

Pero lo que más odias es que no puedes odiarle, que tampoco puedes dejar de pensar en él. Odias haber compartido la mitad de tu infancia con él, que te conozca tan bien, que sepa qué palabras escoger para hacerte rabiar.


Y esa mañana de mayo, te parece odiarle más de lo normal. Quizás sea su actitud, quizás ese cúmulo de ruidosas chicas que no paran de seguirle gritando tonterías. O quizás sea esa fresca y perfecta flor que sostiene él mientras decide a cuál de esas chicas debería dársela.

Y de repente, tú quieres esa flor. No por la flor en sí, sino por el significado que tiene detrás.


Pero eso es imposible, tú lo sabes. Él te odia, tú le odias. Pero no sabéis el significado de ese odio. ¿Es que acaso queréis mataros entre vosotros? No, ¿verdad?

¿Entonces qué es?

Ni te paras a pensarlo. Pero cuando te giras para dejar el lugar, la flor está frente a tus ojos. Y puedes sentir los ojos de Ren sobre ti, saboreando cada segundo de tu confusión. Las chicas han desaparecido. Estáis solos.


-Si tanto la querías solo tenías que pedírmela, Hijirikawa.


Eso te dice. Te sonríe burlón, como siempre que te sonríe a ti. Porque adora hacerte enfadar, inconscientemente haciendo que le odies aun más. En ese momento solo quieres recordarle lo estúpido que es, pero no te salen las palabras. Solo un sonido imperceptible y ahogado, tragas saliva. Juras que puedes oír algo en su interior riendo a carcajadas, pero él no quita la mirada de ti. Su sonrisa no se borra, y en ese momento solo deseas, solo, que deje de burlarse de ti.


Cierras los ojos.


Esa flor es como un puñal para ti. Te recuerda a él, a cuánto le odias y a cuánto te gustaría olvidarle. Pero la hoja de ese puñal rasga también la parte de ti que le observa de lejos, que recuerda los buenos momentos de cuando erais niños, que desea que todo vuelva a ser como antes. Esa que se pregunta qué le hizo cambiar, qué os hizo cambiar, y que si de verdad todo ese odio es necesario.


Abres los ojos.


Y la flor no se ha movido de su sitio. Sientes algo romperse muy muy adentro, tu pecho arde y por unos segundos piensas que te ahogas.

Pero respiras profundamente intentando que no se note.

Una suave carcajada por su parte atrae tu mirada. Vuestros ojos se encuentran y todo se acaba. Ahora sí que quieres correr, salir de allí y acabar con la parte de ti que le anhela.


Pero lo sabes bien, su mirada puede ver a través de ti. Sabe que estás teniendo una guerra de emociones en tu interior. Y de repente ves una chispa de compasión en sus ojos, su mirada vuelve a ser como la de aquel día. Aquel día en una fiesta de etiqueta en la que os conocisteis de niños. Aquel día en el que tomó tu mano sin saber tu nombre y te sacó fuera del lugar. Aquel día en el que jugasteis hasta el agotamiento en la orilla del lago del jardín, riendo, disfrutando, viviendo.


Y entonces recuerdas la conversación que tuvisteis mientras aun tomados de la mano descansabais sobre el césped. Recuerdas que él se sorprendió ante la belleza de unas flores rosadas que brillaban a la luz de la luna. Le explicaste que esas flores eran camelias, que las conocías porque tu madre era aficionada al lenguaje de las flores, o Hanakotoba, y que las camelias rosas significan anhelo.


Le sorprendió que supieras algo así y desde entonces de vez en cuando te preguntaba cosas sobre flores, a lo que respondías con entusiasmo.



Él se da cuenta de que te has dado cuenta de algo. Por dios, ¿tan fácil eres de leer?

Qué idiota eres por no darte cuenta antes.

Esa maldita flor es una camelia rosa.

No puedes hacer otra cosa que mirarle incrédulo. Y por fin te mueves y tomas la camelia con cuidado, pero vuelves a mirarle.


Anhelo”


¿Y si todo volviera a ser como antes?


Y todo el dolor que atacaba tu pecho desaparece de golpe cuando sus dedos retiran tu flequillo y sus labios besan tu frente, mientras el pulgar de su mano libre roza el lunar bajo tu ojo derecho.


-Apuesto a que estás furioso, Hijirikawa. -susurra entre risas. Es igual de insoportable que siempre, pero no sería el Jinguji Ren que conoces si no.- Pero lo de la camelia va en serio, recuerdo su significado perfectamente, por si tienes alguna duda.


-Oh, ¿podrías callarte por una vez? Trato de reflexionar por qué demonios no te he golpeado aun.


Y vuelve a reír, pero al menos está callado. Suspiras profundamente y le abrazas por primera vez en años.


Y qué bien sienta

jueves, 11 de agosto de 2011

#5. The Thirteenth Full Moon (Parte 1)


[Weeeh, hace un siglo que no escribo por aquí D: lo siento, no se me ocurría nada y tengo como...tres drabbles sin acabar que intenté escribir para subirlos al blog. En fin, esta vez, y para variar, escribiré sobre una pareja que me gusta desde hace poco, pero que se me hace muy entrañable. Sirius Black x Remus Lupin de Harry Potter, señores~ Aclararé antes de empezar de que no uso los motes de los merodeadores como en la traducción al español, porque no me gustan para nada D: Así que por si acaso: Prongs- Cornamenta (James), Padfoot- Canuto (Sirius), Moony- Lunático (Remus) y Wormtail- Colagusano (Peter).]



~~~~

-Padfoot.

-Prongs.

-Haz los honores, amigo.

-No, no, hombre... la idea fue tuya. Evans te está haciendo débil, Prongs.

-Oh, venga... sabes que estás deseando agitar tu varita para ver el maravilloso, divino y brillante cabello de Malfoy convertido en una mata de sedoso pelo verde, verde, verde.

-Visto así... la idea original era transfigurar su pelo en un nido de pájaros, pero el pelo verde le irá bien. A juego con la corbata, sí, sí.

Ambos rieron pasando un brazo por los hombros del otro mientras miraban fijamente a Lucius Malfoy. Y con un pequeño movimiento de muñeca Sirius hizo que el pelo rubio del Slytherin se tornase de un verde intenso. Ambos Gryffindor miraban con serenidad y orgullo desde la lejanía al enloquecido Malfoy, el cual rápidamente les miró con una expresión de profundo desprecio. Malfoy había sufrido demasiadas de sus bromas como para no darse cuenta de quién había sido.

-Travesura realizada, Padfoot. -dijo James chocándole la mano a Sirius.

-Qué bien sienta desde por la mañana, nunca me cansaré de ver la mezcla de cabreo matutino y de horror infinito de Malfoy. Oooh, ahí llega Moony.

Remus les saludó entre risas, asegurándose de pasar cerca de la mesa de los Slytherin.
-Bonito pelo, Malfoy. ¿No te han dicho nunca que deberías considerar la posibilidad de teñírtelo? -se burló el licántropo.

-¡Cállate, mi padre se enterará de todo esto, ya veréis! -amenazó el Slytherin, como siempre solía hacer. Remus le ignoró sonriente, yendo junto a sus amigos.

Los tres se sentaron a la mesa de Gryffindor, donde encontraron a Peter ya desayunando desde hacía rato.
-¿Por qué has tardado tanto en bajar, Moony? -preguntó Sirius tomándose de un trago un vaso de zumo.

-Ayer me quedé leyendo hasta tarde...-bostezó Remus mientras miraba sin apetito a su bol de cereales.

-Moony, Moony, a veces me pregunto por qué no te metieron en Ravenclaw. -bromeó Sirius.

-Por la misma razón por la que a ti no te metieron en Slytherin con tu adorado hermanito, maniático purasangre. -le respondió bromeando de la misma manera.

-Hay una razón más, chicos...-dijo James poniendo dramatismo en su voz- ¡Somos los Merodeadores!

-Y ahí va otra vez la excusa universal. -dijo una voz femenina no muy lejos de donde estaban sentados.

-¡E-evans! -casi gritó James.

-¡Oh Romeo, tu Julieta a venido a salvarte de las garras de un desayuno previo a una interesantísima clase de Adivinación! -rió Sirius. Remus no tardó en acompañar sus risas.

En serio...¿adivinación a primera hora? Bueno, al menos aprovecharían para dormir un rato mientras fingían mirar la bola de adivinación atentamente. Los cinco, Lily incluida, salieron del comedor poco después directos a adivinación.

-¡Señor Lupin! ¿Qué ve en la bola? ¿Cuáles son los misterios que le aguardan, joven? -preguntó el profesor de adivinación, con su usual manera exagerada de hablar. James y Sirius se despertaron del sobresalto, pero consiguiron mantener la compostura; al fin y al cabo habían sido sorprendidos en estas clases demasiadas veces.
-Pues...profesor, no veo nada. -dijo el licántropo sin mirar con mucho interés a la bola.- Oh...puede que esté viendo algo, déjeme ver. Es...una mancha clara sobre un fondo oscuro. -el profesor miró detenidamente también, para luego asentir sonriente.

-Ciertamente, Lupin. ¡5 puntos para Gryffindor! Y como extra, diré qué significa... se trata de una mancha en un fondo oscuro, obviamente...¡La Luna! Con lo cual, la Luna le traerá buena suerte, Remus Lupin.

Remus se rió interiormente, pero no tardó en escuchar las risas contenidas de sus compañeros merodeadores. El destino se reía de él también. ¿Que la Luna le daría buena suerte? ¡La Luna era el mayor de sus problemas! ¡Remus era un licántropo, por dios!
-Mejor. Adivinación. De. Toda. La. Historia. -dijo Remus sarcásticamente según salían de la clase. El resto de merodeadores comenzaron a reír fuertemente hasta que llegaron al pasillo.
Nada remarcable ocurrió hasta que al fin acabaron las clases ese día. Los cuatro chicos fueron a la sala común de Gryffindor, como solían hacer.
-¿Planes para Navidad, chicos? Ya no quedan ni tres días para las vacaciones y como sabéis, no pienso pasar la Navidad con mi querida familia. ¿Alguien va a quedarse en Hogwarts? -comentó Sirius tirándose en el sofá de la sala común.

-Me temo que mis padres me reclaman, Pads. -dijo Peter, devorando en pocos segundos una magdalena que se había guardado del desayuno.

-Lo mismo digo, sabes que para mis padres sería el fin del mundo si no pasase la Navidad en casa. -resopló James. En realidad él quería quedarse con sus amigos en Hogwarts... ir a Hogsmeade, "tomar prestadas" algunas cajas de cerveza de mantequilla, ir a Honeydukes y quizás emborracharse en Año Nuevo. Todo eso sonaba genial, pero sus padres se pondrían histéricos

Sirius chasqueó la lengua; su plan de pasar las Navidades entre amigos estaba yendo a pique.
-Mmm... lo siento, libro, tendré que separarte de tu amado Moony unos segundos. -rió Sirius quitándole rápidamente el libro a Remus.

-¿Qué pasa? -dijo frunciendo el ceño a causa de la interrupción- Yo no puedo ir a casa, la Luna llena cae en plenas vacaciones y no quiero amargarles estos días a mis padres. Imagino que me quedaré aquí.

-De verdad, Moony... no sé cómo te las ingenias para leer y escucharnos a la vez además de enterarte de todo. -rió James tontamente-

-Prongs...subestimas al pequeño Moony, el cual amablemente pasará las Navidades con su amigo Padfoot para que éste no tenga que ir a casa para ver a su queridísima madre. -dijo Sirius sonriente.

-Y a cambio, el señor Padfoot tendrá que aguantar al señor Moony en ese día del mes. -respondió el licántropo, mirando a Sirius de reojo.- Oh, y me pagarás el chocolate, Pads.

Sirius le miró con la boca abierta y después se echó a reír. Lo cierto es que no pasaba mucho tiempo con Remus a solas, siempre estaban los cuatro juntos. Así que quizás estas vacaciones le darían la oportunidad de conocer a su amigo licántropo mejor.

-¡Entonces está decidido, Moony me arruinará hasta que no me quede ni un solo galeón y a cambio pasará las vacaciones conmigo!

····································································································································································

[Sí, va a tener segunda parte 8D La verdad es que no tenía pensado tener que dividir esto en capítulos, sabéis que siempre hago oneshots, pero al final me ha quedado demasiado largo. En el siguiente capítulo sí que habrá yaoi, lo prometo, lo prometo. (Puse ese título porque normalmente hay trece lunas llenas en un año <3)]

domingo, 26 de junio de 2011

#4


Ese día, Hibari Kyôya estaba a punto de entrar por la puerta de la mansión Cavallone tras casi un mes fuera de Italia. Esta vez era él quien visitaba, pues le pillaba casi de paso. Aunque no lo exteriorizara, estaba ansioso por volver a ver a Dino. Estaba acostumbrado a pasar mucho tiempo lejos de él, pero a veces se hacía insufrible tener que esperar tanto tiempo para finalmente poder acariciarle, besarle, tocarle.

Pero apenas tuvo tiempo de llamar a la puerta principal cuando una gran nube de humo rosado le envolvió por completo, e inmediatamente gruñó porque sabía perfectamente lo que era.
El maldito bazooka de los diez años.

Así que el Hibari Kyôya de ahora veintiséis años, fue reemplazado por su yo de dieciséis en pocos segundos.
Este último no tenía ni idea de dónde estaba. No sabía nada del bazooka, nunca quería ser involucrado en asuntos de Vongola o de la mafia en general, estaba satisfecho con poder morder hasta la muerte a quienes considerase dignos de ser su oponente.

Por eso, el pequeño Hibari se levantó del suelo confuso, mientras la nube de humo iba desapareciendo. Miró a su alrededor, ese escenario le resultaba desconocido, pero dada la decoración extraña del edificio, supuso que ya no estaba en Japón.
Al no saber dónde estaba, decidió mantener la guardia y ser cauteloso. No soltó sus tonfas en ningún momento y decidió inspeccionar la casa lo más silenciosamente posible. No entró por la puerta principal, sino que trepó hasta una rama de un árbol cercano a una de las ventanas del segundo piso para ver si por esa ventana podía entrar.
Pero al llegar a la rama y mirar por la ventana, tuvo que agarrarse bien para no caer del sobresalto.

Dino estaba ahí, en esa misma habitación. Pero no se había percatado de la presencia del japonés hasta que éste hizo que las ramas del árbol se moviesen y que los pájaros allí posados armaran jaleo. Dino se acercó rápidamente a la ventana, alarmado. Estaba igual de asombrado al verle.
-¡K-kyôya! ¿E-eres tú? -preguntó el rubio, parpadeando un par de veces para asegurarse de que sus ojos no le engañaban.
-¿Cavallone? ¿Qué es ese peinado? ¿Por qué pareces más...viejo? -dijo procesando lo que veían sus ojos lentamente, la situación en sí era surrealista.

Tras comprobar que el pequeño Hibari era real, Dino se dio cuenta de lo que había ocurrido. Ese dichoso bazooka...
-Sí, Kyôya, soy yo...ven aquí, te explicaré todo. -le tendió una mano para ayudarle a entrar por la ventana.- La próxima vez no subas por la ventana, podrías hacerte daño.
-Estúpido, no me toques. -dijo el más joven, apartándole la mano de un golpe, desconfiado.-
-Kyôya...por favor, soy yo, soy Dino. Sé que todo es muy extraño para ti, pero si vienes y me escuchas, lo entenderás todo. -dijo volviendo a tenderle la mano.

Hibari accedió a entrar, pero rechazó su mano, demostrando que podía hacerlo por su cuenta. Dino sonrió ante su infantil cabezonería, pero no hizo ningún comentario.
-¿Qué demonios es todo esto, Cavallone? -miró a su alrededor, y luego fijó la mirada en el mayor.
-Aaah...parece que te dispararon con el bazooka de los diez años. Pero yo juraría que han pasado ya cinco minutos desde que has llegado, ¿no? En teoría el efecto debería desaparecer en cinco minutos.
-Osea...¿Que estoy atrapado en el futuro con un maldito viejo inútil? -dijo chasqueando la lengua.
-¡O-oye! ¿Qué es eso de "maldito viejo inútil", enano? -frunció un poco el ceño, acercándose a él. Luego sonrió al ver lo pequeño que era.

Hibari mantenía las distancias con él, se encontraba...no incómodo, pero cortado delante de él. Era algo más alto y definitivamente más atractivo y maduro que el Dino de su época. Pero no podía evitar sentirse nervioso a su lado.
-Hey...pequeño. No estés así, pronto volverás a tu época. Yo también echo de menos al Kyôya de mi época ¿sabes?
-No te creo. Es imposible que...tú y yo sigamos juntos diez años después. No puedo haberte soportado durante diez años, es imposible.
-¡Qué cruel, Kyôya! ¿Y por qué dices eso? -se acercó un poco más y le rodeó con los brazos con suavidad, para no incomodarle-
-Que no me toques. -gruñó el japonés, golpeándole con las tonfas en el estómago, más nervioso de lo que desearía. No podía entenderlo, estaba demasiado nervioso. Podía sentir sus mejillas arder, y su corazón latir. En parte todas esas reacciones naturales se debían a un detalle que no pudo evitar pasar por alto.
-¿E-eh? Kyôya, no te pongas así...solo porque sea mayor no significa que no sea el Dino de siempre, no significa que no te quiera igual que el primer día.

Después de eso no podía evitar ponerse más nervioso y furioso. Cuánta hipocresía, para él era demasiado.
-¿Que me quieres? Siempre he pensado que eras un maldito...idiota. Ahora has confirmado mis sospechas. Tú no sigues conmigo, te crees que por que sea más joven soy estúpido. Seguro que tienes una esposa y con lo viejo que eres, algún hijo.
-¿Pero qué...? ¡Estás completamente equivocado, Kyôya! Yo nunca, nunca te dejaría por nada, por nadie. ¡Sabes que digo la verdad, no quieres verlo!
-¿Me explicas entonces...? ¿Me explicas entonces qué es ese anillo que llevas?

"Así que era eso..." pensó Dino.
Inmediatamente soltó una gran carcajada, mirando al pequeño, el cual devolvía una mirada confusa.
-Esto no es un anillo de compromiso ni nada parecido, Kyôya. Es un lazo, un lazo que me une a ti para siempre. -rió el capo atreviéndose a acariciar la cabeza de su ex-alumno.- Tu yo del futuro tiene uno igual, y siempre lo lleva puesto.

Hibari le miró sin dar crédito. Lo cierto es que se sentía estúpido por haber actuado de esa manera tan impulsiva, pero decidió no decir nada.
-Entonces...es cierto que seguimos juntos, qué sorpresa. -carraspeó un poco, en el fondo se sentía aliviado.
-¡Exacto! ¿Ves como no te estaba mintiendo? Claro que seguimos juntos, te amo, Kyôya.
-Deja de decir esas cosas...hmph.
-¡Pero si es la verdad! En el futuro eres más cariñoso, Kyôya. -refunfuñó Dino con un tono algo infantil.

El japonés estaba bastante sorprendido. Dino había cambiado bastante, pero conservaba aun esas pequeñas cosas que le hacían ser tan atrayente.
Sus cálidos ojos, el brillo de su pelo, su sonrisa.
Esa maldita sonrisa que le volvía loco.
-Di...¿en el futuro te veré más a menudo?-preguntó el moreno, observando aun el anillo.
-Bueno...ahora estamos en una época bastante mala, hay muchos conflictos entre familias...Así que nos es algo difícil vernos muy a menudo. Justo hoy te estaba esperando porque pasabas por Italia después de un trabajo cerca de aquí.

El menor asintió lentamente, dándole a entender que lo había comprendido. Si ya pasaban poco tiempo juntos normalmente, en el futuro sería peor aun.
-Por cierto, Kyôya...dile a mi yo de hace diez años que se esfuerce mucho queriéndote ¿hm? -sonrió tomándole del mentón y acercándole para rozar sus labios con los ajenos, besándolos suavemente.
Hibari se apartó, pero valió totalmente la pena, pues el capo pudo ver un adorable rubor tintando sus mejillas, acompañado por un ceño fruncido y un buen golpe en el estómago por parte de Hibari.

-Eso será si no le muerdo hasta la muerte antes, Cavallone. Me hubiera gustado pelear contigo para ver si has mejorado algo, pero...-dijo antes de que esa nube de humo rosa volviera a envolverle, trayendo de vuelta al Hibari de esa época.

Dino esperó con impaciencia a que el humo desapareciera, y tan pronto como vio la silueta de su pareja, le rodeó con sus brazos en un desesperado abrazo.
-Por fin...Kyôya, te eché de menos...-suspiró el capo, acariciando los cabellos azabache del menor.
-¿Mi yo de hace diez años no fue suficiente? -bromeó sonriendo de lado y cerrando los ojos, queriendo disfrutar al máximo de esas esperadas caricias-
-No es lo mismo... Él apenas dejaba que le tocara, me ha golpeado cuando le he dado un beso. -respondió el capo, frustrado, a lo que el japonés respondió juntando los labios de ambos en un beso, ese beso tan anhelado.

Las palabras no fueron necesarias, pues segundos después las prendas de ropa empezaban a aterrizar sobre el suelo de la habitación.

Mientras tanto, el Hibari de diez años atrás volvió a su época. Dino le esperaba impaciente, incluso preocupado.
-¡K-kyôya! ¡Kyôya, has vuelto! -dijo felizmente, suspirando aliviado al ver a su pequeño pupilo de nuevo, y no a su versión de veintiséis años.
-Hmph...en el futuro apenas has cambiado, sigues igual de estúpido.
-¡O-oye, no digas eso! Seguro que soy más alto y guapo, y menos torpe, espero...-rió nerviosamente, rascándose la nuca.
-Hmph, lo que sea...¿Qué te ha dicho mi...yo del futuro?
-Pues...más bien qué no me ha dicho. ¡No ha querido contarme si seguías conmigo en el futuro!
-Ya entiendo...-sonrió de lado Hibari, con una idea en mente- Pues yo tampoco te lo contaré, esfuérzate para sacar nuestra relación adelante, y cuando creas que nuestros sentimientos son los mismos, comprarás dos anillos.
-¿¡Q-quieres que nos casemos!?
-No de compromiso, estúpido. Dos anillos cuyo significado nos una para siempre. -respondió, omitiendo el hecho de que había sido Dino del futuro quien le había dicho eso.

El capo le miró confuso parpadeando un par de veces, pero asintió decidido.
-Haré lo que dices, Kyôya. No sé qué habrás presenciado allí... pero lo digo ahora y lo diré siempre:
Te amo, Kyôya. -dijo acariciando la mejilla del menor, besando su mejilla y después sus labios.
-Wao...dos besos en un día, estoy de suerte. -esbozó una media sonrisa, algo malévola-
-¿¡D-d-dos!? ¡No me digas que...! ¿Mi yo del futuro te besó? Pero si tiene...¡Treinta y dos años! ¡Será pervertido!
-Oye, eres tú. Lo que significa que tú también lo harías, además...tú tienes veintidós años y yo dieciséis, sigues siendo igual de pervertido.
-¡Pero no es lo mismo! -intentó excusarse.

-Cállate y empieza a trabajar, algún día tendrás que comprar esos anillos, así que gánatelos.







sábado, 11 de junio de 2011

#3


Incluso después de diez años conmigo, crees que puedes ocultarme algo. Estoy seguro de que sabes que por más que actúes, es imposible que no me de cuenta de que algo me ocultas.
Estúpido, sé que su muerte, la muerte de Sawada Tsunayoshi te afectó. Y egoistamente me enfurece que solo pienses en él. Por culpa de ese herbívoro tu sonrisa ha desaparecido, y lo que más me irrita de todo es que cuando crees que tu actuación es lo suficientemente mediocre como para que pueda darme cuenta de lo que sientes, me muestras una estúpida sonrisa, como si todo fuera bien.

No te lo consiento. No consiento que me mientas por las buenas.
Nunca lloré en un funeral. Ni en el de mi madre, ni lloré en el del estúpido Vongola. No me quites las ganas de reservarme esas lágrimas para el tuyo.
Muchas veces haces que te odie, Cavallone. Llego a casa lo suficientemente cansado como para encima tener que encontrarte derramando lágrimas inútiles sentado en el borde de la cama. Eres idiota. Como si fueras un niño pequeño, secas tus lágrimas cuando me oyes entrar, como si así no me fuese a dar cuenta. Idiota, idiota, idiota.

No me hace falta preguntar por qué lloras. Sé bien cuál es la razón, y me molesta. Me enfada hasta el punto de querer golpearte, de que empieces a llorar de dolor en vez de por ese pobre intento de capo Vongola.
Oh, tengo envidia de un maldito herbívoro, qué bajo he caído...
Cuando no soporto más tu irritante mirada de borrego, tus ojos enrojecidos por las lágrimas, y tu dichosa voz temblorosa, es cuando no me queda más remedio que darte una buena bofetada.
Y qué bien sienta.

-Kyôya...-susurras sorprendido. Sí, yo también estoy sorprendido de lo bien que se siente.
-No soporto tu maldita actitud, no sé cuál es tu problema. Eres un idiota, él está muerto, ¿de qué te sirve perder tiempo y hacerme perderlo a mí? -te respondo sin un ápice de sensibilidad. Nunca lo fui, no lo seré en este momento ni mucho menos.

Y te callas como una tumba. ¿Es que quieres otra bofetada?
-Pero Kyôya, sabes que lo estoy pasando---
-No me importa lo más mínimo. -te respondo cortante.- Escucha. Estoy harto de tener que soportar tu actitud depresiva, es como vivir con un maldito viejo. Así que ahora vas a callarte, si no quieres otro golpe, claro, y vas a escucharme. Sawada Tsunayoshi sabía que moriría tarde o temprano, por eso ideó con Irie Shoichi una manera de traer a los Vongola de hace diez años a nuestra época, porque ellos son los únicos que aun tienen los anillos Vongola. Se ve que el muy idiota se dio cuenta de la estupidez que hizo al destruirlos. No muchos lo saben, y sería peligroso si se difundiera, así que si se lo dices a alguien te arrancaré la lengua de un bocado.

Me parece hasta gracioso cómo me miras, algo perturbado por mi última frase.
-Vaya...así que veré al pequeño Kyôya durante un tiempo ¿no? -sonríes. Por fin, maldita sea.
-Oh, ¿así que aun recuerdas nuestra relación? Pensaba que en estos días lo habías olvidado todo, Cavallone.
-¿Estabas celoso? -te ríes, me encanta. Te frotas los ojos y clavas tu mirada en los míos, una de tus miradas enternecidas. Maldito, sabes que esa clase de miradas me hacen débil.
-Claro que no estoy celoso, estúpido. No me prestas atención, es todo.

Y por fin el activo Dino Cavallone que esperaba desde hace semanas aparece. Me tumbas, te pones encima de mí y rozas tus labios con los míos, separándote después apenas unos milímetros. Estás animado, no es difícil de notar, y esa valiosa sonrisa vuelve a dibujarse en tu rostro.
-Perdóname...Aprecio mucho a Tsuna, pero tú eres mi vida...te dejé de lado estos días, soy un idiota. No debería llorar sobre leche derramada.
-Ya, ya sé que eres un idiota. -sonrío de lado, burlón, aliviado en el fondo de que hayas vuelto a lo que solías ser.
-Oye...eso solo puedo decirlo yo, pequeño impertinente. -bromeas llenando de besos mi mandíbula.- ¿Puedo hacer algo para que me perdones?
-Mmm...puede que ingresando algo de dinero en mi cuenta bancaria...-bromeo mientras juego con algunos de tus mechones rubios.
-¡Oye, que me refería a darte mimos! -y refunfuñas, como un niño pequeño.-

Esa noche la pasamos juntos, entre besos, caricias, y esa necesidad de sentir nuestros cuerpos unidos. Esa necesidad cuya ausencia me volvía loco.
Y a la mañana siguiente, antes de que puedas despertarte, salgo de casa con una flor en la mano.
Una única, pero fresca flor, tal y como él era. Porque no nos llegamos a entender muchas veces, pero siempre que no me parecía un herbívoro, sabía ayudar como el que más. Y porque hay que agradecer a quien me dio la oportunidad de conocerte.




Descansa en paz, Sawada Tsunayoshi.
Sé que no es un adiós, volverás tal y como dictaban tus planes.



sábado, 28 de mayo de 2011

#2


Esta noche también vendrás tarde.
"El trabajo"
O eso dices. Sé lo que cargas a tus espaldas, las vidas que tienes que sacrificar. Pero hay veces que me pregunto si realmente es el trabajo. Si no te has ido con cualquier herbívora bien dotada.
Por otro lado sabes bien que engañarme sería imposible. Cualquier marca en tu cuerpo, cualquier aroma que no sea el tuyo, será fácil de detectar para mí. Porque diez años a tu lado en esta relación tan extraña dan para mucho.

Extraña porque apenas coincidimos.
A veces me pregunto qué somos realmente tú y yo.
Porque en una noche como hoy, fresca, inusual, oigo tus pasos torpes detenerse frente a la puerta de la habitación.
Tu respiración está acelerada, quizás hayas venido corriendo. Quizás eres estúpido y tan solo te has tropezado de nuevo.
Giras el pomo de la puerta con cuidado, como si no supieras que el más mínimo ruido me despierta. Ni me molesto en darme media vuelta para mirarte, sabes que no estoy dormido. Suspiras al verme hecho un ovillo en la inmensa cama, como aliviado.

Y sin mediar palabra te desvistes, quedándote en ropa interior y dejando toda la ropa arrugada por los suelos.
Te metes en la cama a mi lado, y solo, solo cuando siento tus fuertes y cálidos brazos rodear mi cintura, es cuando me doy media vuelta.
Cruzamos las miradas.
¿Cuánto hacía que no estábamos en la misma habitación más de un minuto y medio?
Apuesto que piensas exactamente esas palabras. Acaricias mi mejilla, mis labios, mi cabello, como queriendo asegurarte de que soy real, de que en verdad estoy a tu lado, abrazándote suavemente por el torso.

Justo cuando me besa te das cuenta de una vez por todas de que echabas de menos mis labios, no entiendes cómo viviste sin sentirlos. Me besas con ansias, queriendo recuperar el tiempo perdido.

-Más despacio, Cavallone. Sería un desperdicio, porque una vez que la noche pase, tú te habrás ido.
Mis palabras son las primeras que suenan. Me miras con una expresión de tristeza, pero con tu pequeña sonrisa risueña.

Y en algún momento, entre besos y caricias, me rindo al sueño. El calor de tus brazos me tranquiliza demasiado como para seguir despierto.

Pero esa mañana, cuando los primeros rayos de sol rozan mi piel, tú sigues ahí. Respirando tranquilamente, expresión serena. Seguimos en la misma posición: tus brazos me rodean posesivamente, como si fuese una alondra a punto de echar a volar.

Te miro sin dar crédito, normalmente antes de que yo pueda despertarme tú ya te has ido.
Abres los ojos, sonríes al ver mi expresión incrédula.
-He decidido...que debería concentrarme más en cuidar de ti. Debería ser menos irresponsable, porque no quiero que tú, Kyoya, no quiero que tú alces el vuelo para no volver a mi lado.





sábado, 14 de mayo de 2011

#1



Y una vez más, suspiró ante la predecible y terca reacción del menor.


-Kyôya, no puedes ir por ahí golpeando a la gente...no te entrené para que hicieras eso.


-Cavallone, me importa más bien poco por qué me entrenaste, ya te dije que soy libre y haré lo que me plazca. Si quiero atacar a unos estúpidos herbívoros, lo haré. No necesito tu consentimiento.


-Escucha...tú no peleas, tú golpeas sin importarte dónde hieres. Crees que eres un adulto, pero no eres más que un niño caprichoso que está dotado de una fuerza y habilidad descomunales. No sabes controlarte, te comportas como uno de esos "herbívoros" que tanto desprecias.


-Nunca pedí tu opinión sobre mí, ¿entiendes? Golpeo donde quiero, a quien quiero, cuando quiero. Si yo digo que no soy un herbívoro, es que no lo soy. Si te digo que no necesito la ayuda de un capo tan mediocre como tú, es que no la necesito. Sal de aquí, antes de que cambie de opinión y decida matarte, Haneuma.


Dino no pudo evitar soltar una pequeña risita, ese comentario había ido directo al orgullo del japonés.


-Así que soy un capo mediocre...¿eh? Bueno, pues te recuerdo que tú, carnívoro, nunca has derrotado a este capo tan mediocre.


-Cierra la maldita boca.


-Oblígame, Kyôya. -sonrió desafiante el capo, poniéndose en guardia sabiendo perfectamente que el pequeño impaciente no tardaría en intentar partirle la mandíbula con sus impolutas tonfas.
Hibari era, efectivamente, algo inmaduro. Era una tarea fácil la de leer sus movimientos si le conocías lo suficiente, si sabías qué palabras escoger para desatar su ira.


-Estás bastante hablador hoy, tendré que cortarte la lengua, Cavallone. -sonrió Hibari con una sonrisa en los labios un tanto sádica. Y como magia, la psicología que el italiano había usado con su alumno, funcionó. Hibari no tardó en cargar contra él toda esa fuerza tan increíble para un chico de su edad y complexión.
Pero Dino consiguió enredar su látigo rápidamente alrededor del cuerpo del chico, aprisionándole los brazos para que sus tonfas se volvieran completamente inútiles en ese momento.


-Ahora escúchame, Kyôya. -dijo el joven capo, mirándole más seriamente. Hibari le devolvió una mirada furiosa al ver que Dino no había tenido ni que moverse del sitio para inmovilizarlo.- Te voy a decir una cosa que recordarás siempre... Uno no lucha para herir a otras personas por el mero hecho de hacerlas daño. Uno lucha para defenderse a sí mismo, a su cuerpo, a su vida. Solo vas a tener un cuerpo en toda tu vida, no puedes dejar que lo dañen tan fácilmente. Te he visto demasiadas veces con heridas mal curadas, cortes, hematomas que ni siquiera te molestas en tratar. Uno lucha...para protegerse a sí mismo y proteger sus cosas más preciadas.


Hibari no cambió su expresión en ningún segundo.
-¿Para qué luchas, Cavallone?


-Para proteger a mi familia...y a ti, Kyôya. -su tono de voz se suavizó, y se atrevió a besar la frente del pequeño como hacía otras veces, con esa tranquilidad y calidez de Dino. Hibari solía responder ante esos actos de cariño con un golpe, pero en ese momento se encontraba inmovilizado.


-A mí no me tienes que proteger, estúpido. Yo soy capaz de defenderme por mi cuenta.


-Entonces demuéstramelo, demuéstrame que puedes protegerte a ti mismo y que puedes hacer lo mismo por quienes te importan.


-Te odio, Cavallone...-refunfuñó el japonés, con un toque infantil- Te morderé hasta la muerte un día, entonces te demostraré que sé defenderme y que no necesito que nadie lo haga por mí. Además...a mí no me importa nadie.


-¿Es una promesa? -sonrió divertido el capo.


-Hm, sí, lo que sea... Suéltame.


Dino suspiró satisfecho, aflojando el látigo y liberando a su alumno.
-Andando, tienes que tratarte ese golpe. -ordenó Hibari, estirando un poco los brazos tras haber sido aprisionados.


-¿Eh? ¿Qué golpe? Si no me has tocado.


-Este. -volvió a sonreír de esa manera, casi cruel, pero divertida, mientras una de sus tonfas impactaba contra la mandíbula de su tutor.


A pesar del dolor y del hilo de sangre que caía por sus labios, Dino no pudo evitar reír ante la estrategia simple pero efectiva del auto-proclamado propietario del instituto Namimori.
-¡Vas aprendiendo, Kyôya! -dijo sin parar de reír-


-Vamos, antes de que cambie de opinión y te golpee en la otra.


Dino siguió riendo y siguió a su alumno hasta la enfermería, donde el menor se encargó por sí mismo de curar el llamativo golpe en la mandíbula del torpe italiano.




Lucharía por defender su cuerpo, y por defender el de aquel estúpido, Dino Cavallone.