sábado, 28 de mayo de 2011

#2


Esta noche también vendrás tarde.
"El trabajo"
O eso dices. Sé lo que cargas a tus espaldas, las vidas que tienes que sacrificar. Pero hay veces que me pregunto si realmente es el trabajo. Si no te has ido con cualquier herbívora bien dotada.
Por otro lado sabes bien que engañarme sería imposible. Cualquier marca en tu cuerpo, cualquier aroma que no sea el tuyo, será fácil de detectar para mí. Porque diez años a tu lado en esta relación tan extraña dan para mucho.

Extraña porque apenas coincidimos.
A veces me pregunto qué somos realmente tú y yo.
Porque en una noche como hoy, fresca, inusual, oigo tus pasos torpes detenerse frente a la puerta de la habitación.
Tu respiración está acelerada, quizás hayas venido corriendo. Quizás eres estúpido y tan solo te has tropezado de nuevo.
Giras el pomo de la puerta con cuidado, como si no supieras que el más mínimo ruido me despierta. Ni me molesto en darme media vuelta para mirarte, sabes que no estoy dormido. Suspiras al verme hecho un ovillo en la inmensa cama, como aliviado.

Y sin mediar palabra te desvistes, quedándote en ropa interior y dejando toda la ropa arrugada por los suelos.
Te metes en la cama a mi lado, y solo, solo cuando siento tus fuertes y cálidos brazos rodear mi cintura, es cuando me doy media vuelta.
Cruzamos las miradas.
¿Cuánto hacía que no estábamos en la misma habitación más de un minuto y medio?
Apuesto que piensas exactamente esas palabras. Acaricias mi mejilla, mis labios, mi cabello, como queriendo asegurarte de que soy real, de que en verdad estoy a tu lado, abrazándote suavemente por el torso.

Justo cuando me besa te das cuenta de una vez por todas de que echabas de menos mis labios, no entiendes cómo viviste sin sentirlos. Me besas con ansias, queriendo recuperar el tiempo perdido.

-Más despacio, Cavallone. Sería un desperdicio, porque una vez que la noche pase, tú te habrás ido.
Mis palabras son las primeras que suenan. Me miras con una expresión de tristeza, pero con tu pequeña sonrisa risueña.

Y en algún momento, entre besos y caricias, me rindo al sueño. El calor de tus brazos me tranquiliza demasiado como para seguir despierto.

Pero esa mañana, cuando los primeros rayos de sol rozan mi piel, tú sigues ahí. Respirando tranquilamente, expresión serena. Seguimos en la misma posición: tus brazos me rodean posesivamente, como si fuese una alondra a punto de echar a volar.

Te miro sin dar crédito, normalmente antes de que yo pueda despertarme tú ya te has ido.
Abres los ojos, sonríes al ver mi expresión incrédula.
-He decidido...que debería concentrarme más en cuidar de ti. Debería ser menos irresponsable, porque no quiero que tú, Kyoya, no quiero que tú alces el vuelo para no volver a mi lado.





sábado, 14 de mayo de 2011

#1



Y una vez más, suspiró ante la predecible y terca reacción del menor.


-Kyôya, no puedes ir por ahí golpeando a la gente...no te entrené para que hicieras eso.


-Cavallone, me importa más bien poco por qué me entrenaste, ya te dije que soy libre y haré lo que me plazca. Si quiero atacar a unos estúpidos herbívoros, lo haré. No necesito tu consentimiento.


-Escucha...tú no peleas, tú golpeas sin importarte dónde hieres. Crees que eres un adulto, pero no eres más que un niño caprichoso que está dotado de una fuerza y habilidad descomunales. No sabes controlarte, te comportas como uno de esos "herbívoros" que tanto desprecias.


-Nunca pedí tu opinión sobre mí, ¿entiendes? Golpeo donde quiero, a quien quiero, cuando quiero. Si yo digo que no soy un herbívoro, es que no lo soy. Si te digo que no necesito la ayuda de un capo tan mediocre como tú, es que no la necesito. Sal de aquí, antes de que cambie de opinión y decida matarte, Haneuma.


Dino no pudo evitar soltar una pequeña risita, ese comentario había ido directo al orgullo del japonés.


-Así que soy un capo mediocre...¿eh? Bueno, pues te recuerdo que tú, carnívoro, nunca has derrotado a este capo tan mediocre.


-Cierra la maldita boca.


-Oblígame, Kyôya. -sonrió desafiante el capo, poniéndose en guardia sabiendo perfectamente que el pequeño impaciente no tardaría en intentar partirle la mandíbula con sus impolutas tonfas.
Hibari era, efectivamente, algo inmaduro. Era una tarea fácil la de leer sus movimientos si le conocías lo suficiente, si sabías qué palabras escoger para desatar su ira.


-Estás bastante hablador hoy, tendré que cortarte la lengua, Cavallone. -sonrió Hibari con una sonrisa en los labios un tanto sádica. Y como magia, la psicología que el italiano había usado con su alumno, funcionó. Hibari no tardó en cargar contra él toda esa fuerza tan increíble para un chico de su edad y complexión.
Pero Dino consiguió enredar su látigo rápidamente alrededor del cuerpo del chico, aprisionándole los brazos para que sus tonfas se volvieran completamente inútiles en ese momento.


-Ahora escúchame, Kyôya. -dijo el joven capo, mirándole más seriamente. Hibari le devolvió una mirada furiosa al ver que Dino no había tenido ni que moverse del sitio para inmovilizarlo.- Te voy a decir una cosa que recordarás siempre... Uno no lucha para herir a otras personas por el mero hecho de hacerlas daño. Uno lucha para defenderse a sí mismo, a su cuerpo, a su vida. Solo vas a tener un cuerpo en toda tu vida, no puedes dejar que lo dañen tan fácilmente. Te he visto demasiadas veces con heridas mal curadas, cortes, hematomas que ni siquiera te molestas en tratar. Uno lucha...para protegerse a sí mismo y proteger sus cosas más preciadas.


Hibari no cambió su expresión en ningún segundo.
-¿Para qué luchas, Cavallone?


-Para proteger a mi familia...y a ti, Kyôya. -su tono de voz se suavizó, y se atrevió a besar la frente del pequeño como hacía otras veces, con esa tranquilidad y calidez de Dino. Hibari solía responder ante esos actos de cariño con un golpe, pero en ese momento se encontraba inmovilizado.


-A mí no me tienes que proteger, estúpido. Yo soy capaz de defenderme por mi cuenta.


-Entonces demuéstramelo, demuéstrame que puedes protegerte a ti mismo y que puedes hacer lo mismo por quienes te importan.


-Te odio, Cavallone...-refunfuñó el japonés, con un toque infantil- Te morderé hasta la muerte un día, entonces te demostraré que sé defenderme y que no necesito que nadie lo haga por mí. Además...a mí no me importa nadie.


-¿Es una promesa? -sonrió divertido el capo.


-Hm, sí, lo que sea... Suéltame.


Dino suspiró satisfecho, aflojando el látigo y liberando a su alumno.
-Andando, tienes que tratarte ese golpe. -ordenó Hibari, estirando un poco los brazos tras haber sido aprisionados.


-¿Eh? ¿Qué golpe? Si no me has tocado.


-Este. -volvió a sonreír de esa manera, casi cruel, pero divertida, mientras una de sus tonfas impactaba contra la mandíbula de su tutor.


A pesar del dolor y del hilo de sangre que caía por sus labios, Dino no pudo evitar reír ante la estrategia simple pero efectiva del auto-proclamado propietario del instituto Namimori.
-¡Vas aprendiendo, Kyôya! -dijo sin parar de reír-


-Vamos, antes de que cambie de opinión y te golpee en la otra.


Dino siguió riendo y siguió a su alumno hasta la enfermería, donde el menor se encargó por sí mismo de curar el llamativo golpe en la mandíbula del torpe italiano.




Lucharía por defender su cuerpo, y por defender el de aquel estúpido, Dino Cavallone.